sábado, 10 de noviembre de 2012

El excursionista no se había perdido


Un excursionista ha desaparecido cuando estaba de viaje por Almeria.
La ultima vez que fue visto salía del
Alberge Inturjoven, en dirección a Albox, donde
estuvo todo el día visitando el pueblo.
Al día siguiente fue a Cabo de Gata para visitar todas sus playas, donde estuvo 2 días haciendo turismo.

Después de esos días se fue a la Playa de los
Genoveses donde tan solo pasó una tarde.
Después de esa tarde se fue a Carboneras donde buceó
en la playa y pasó la noche en un hotel.
Al día siguiente fue al Valle del Almanzora donde pasó
la mañana y almorzó. Después de comer se fue
a Tijola donde pasó la tarde y se paseó por varias
tiendas. Cuando cayó la noche se fue Albox y
pasó la noche en un hotel pequeño.
Fin... 
Yovana



Lo que aprendieron dos cerditos


Había una vez tres cerdos que eran hermanos y un día decidieron hacerse cada uno una casa. El primer cerdito hizo su casa de paja para tardar menos. El segundo cerdito la hizo de leña y también tardó poco, pero el tercer cerdito decidió hacerla de ladrillo para que fuera mas resistente. Tardó mucho en hacerla y le dijo a sus hermanos que sería mejor que la hicieran como la suya por que es mas resistente; pero no le hicieron caso y se reían de él.
Un día estaban los tres cerditos tomando el sol y llegó el lobo, que se los quería comer; entonces cada uno corrió a esconderse en su casita. El lobo fue a la primera casa, pero como era de paja sopló y la derribó; entonces el cerdito se escondió en la casa de uno de sus hermanos. Pero, como era de leña, el lobo la derrumbó y finalmente los dos tuvieron que irse a la casa de su otro hermano. Como era de piedra, por más que soplaba y golpeaba no se caía. Entonces el lobo decidió meterse por la chimenea pero los cerditos encendieron la lumbre y se quemó.
Los dos cerditos pidieron perdón a su hermano e hicieron casas nuevas de piedra más resistentes. 
 FIN

Yovana


viernes, 9 de noviembre de 2012

The Gingerbread Man


Hace  mucho tiempo, mientras preparaba la cena de Navidad, una mujer pequeñita, que vivía en una cabaña en el campo, preparó la masa de las galletas de gengibre y formó con ella un  pequeño hombrecito. Le puso dos pasas como ojos, le dibujó  una sonrisa y lo puso a hornear. Cuando el  hombre pequeñito llegó del campo, preguntó:
-¿Qué tienes para cenar?
Y la mujer  pequeñita respondió:
-¡Hice un delicioso hombrecito de galleta de gengibre!
Cuando abrió el horno para sacarlo, el hombrecito de gengibre saltó fuera,  se trepó a la ventana, que estaba abierta, y se arrojó al jardín gritando:
-¡Yo soy el hombrecito galleta de gengibre y nadie me comerá!
Huyó como un celaje y la mujer pequeñita y el hombre pequeñito corrieron tras él.
Mientras corría por el campo, se cruzó con un cerdito gordo y sonrosado.
-¡Detente, detente! –gritó el cerdito.
-¿Para que me comas? No, no,  yo soy el hombrecito galleta de gengibre y nadie me comerá.
Y siguió corriendo y el cerdito fue tras él.
Más allá, se encontró con una vaca que dejó de pastar y le dijo:
-¡Detente, que necesito hablarte!
-¡Jamás! Yo soy el hombrecito galleta de  gengibre y nadie me comerá.
Pero ahora tenía detrás cuatro perseguidores.
Después de mucho correr se encontró con un caballo, el caballo piafó y gritó:
-¡Alto, alto, detente que necesito hablarte!
Pero recibió la misma respuesta de todos:
-¡Ni loco que estuviera, soy el hombrecito galleta de gengibre y ni tú ni nadie me comerá!
También el caballo  se sumó a sus perseguidores.
De tanto correr, llegó hasta un caudaloso río. Allí, bajo un gran árbol, descansaba el zorro. Desesperado y sin aliento, el hombrecito galleta de gengibre se detuvo.
-¡Un río, cómo podré cruzar para que no me alcancen!
El zorro lo miró con curiosidad, se rascó la panza y  sugirió:
-Si quieres, te subes a mi cola y yo te  cruzo hasta el otro lado del río.
¿Qué podía hacer? Siguiendo sus instrucciones, se montó en la cola y se echaron al río. Los perseguidores quedaron  enfadados  gritando en la ribera del río.
Poco más allá, la cola se hundía, unas gotas de agua lo salpicaron de modo que el hombrecito galleta de gengibre se subió al lomo del lobo.
-¡No, así pesas demasiado! –se quejó el lobo- Súbete a mi cabeza o nos ahogaremos.
El  hombrecito galleta de gengibre obedeció.
Al llegar a la otra orilla, el lobo salió del agua, sacudió su cabeza y el hombrecito galleta de gengibre resbaló. Cuando caía, el lobo lo atrapó con los dientes  con un gruñido de satisfacción. No dejó una miga.
Y esa es la historia del hombrecito galleta de gengibre.

jueves, 8 de noviembre de 2012

El lobo aulló




En un bosque, vivían tres cerditos que estaban jugando, entre los árboles. De repente salió de entre los arbustos un lobo muy grande. Decidieron hacerse una casa cada uno: el pequeño la hizo de paja, y al terminar, se fue a jugar. El mediano, la hizo de madera, mientras que el mayor la hizo de ladrillos.
Así que a los más pequeños, mientras jugaban, se les apareció el lobo y corrieron a la casa de paja. Pero el lobo sopló y la derrumbó. Después, corrieron a la casa de madera, pero también la derrumbó y salieron corriendo a la casa del hermano mayor. El lobo intentó pasar por la chimenea, pero se quemó y el lobo aulló y nunca mas les molestó.


miércoles, 7 de noviembre de 2012

En el corazón del bosque...


...vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo siempre andaba persiguiéndoles para comérselos. Para escapar del lobo, los cerditos decidieron hacerse una casa. El pequeño la hizo de paja, para acabar antes y poder irse a jugar.
El mediano construyó una casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él.
El mayor trabajaba en su casa de ladrillo.
- Ya veréis lo que hace el lobo con vuestras casas- riñó a sus hermanos mientras éstos se lo pasaban en grande.
El lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero el lobo sopló y sopló y la casita de paja derrumbó.
El lobo persiguió también al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su hermano mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó. Los dos cerditos salieron pitando de allí.
Casi sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor.
Los tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo se puso a dar vueltas a la casa, buscando algún sitio por el que entrar. Con una escalera larguísima trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al fuego una olla con agua. El lobo comilón descendió por el interior de la chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó.
Escapó de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que nunca jamás quiso comer cerdito.



FIN

Geografía de una pesadilla

Juan iba de excursion a Carboneras. Desde Carboneras pilló una lancha y se fue a la playa de los Genoveses.
Desde allí su visita era al Valle del Almanzora. Su próximo viaje era a Tijola y de Tijola a Albox.
Cuando llegó a Albox empezó a llover muy fuerte y por culpa de las inundaciones Juan se perdió.
"Cuando pasaba por Carboneras compré una lancha. Iba a la playa de los Genoveses, pero se me rompió el motor de la lancha. Tuve que ir nadando hasta la orilla. Para ir al Valle del Almanzora tenia que coger algún auto, así que me puse en la carretera y me puse a parar coches, pero ninguno se paraba". Por allí pasaba un amigo de Juan y Juan le dijo:
- Llévame.
"Crucé el Campo de Níjar. Pasé por la Sierra Cabrera hasta llegar a Cuevas del Almanzora".
Juan queria ir a Tijola y por último a Albox.
"Cuando llegué a Albox, empezó a llover".
Por culpa de las inundaciones, Juan no pudo continuar. El río Almanzora, con la lluvia, iba creciendo, porque tiene una cuenca muy grande. El río Almanzora recoge sus aguas de todas las sierras del alrededor: Las Estancias y Los Filabres.

El gato y el ratón


Érase una vez un ratón y un gato que se llamaban Tom y Jerry.
Tom es el gato y Jerry el ratón. Se querían mucho. Un día se pelearon por un trozo de jamón y cada uno fue por su lado. Al poco tiempo, Tom queria comerse a Jerry.
Pero se arrepintió y dijo: “Perdón, ¿quieres volver a ser mi amigo?...” Y entonces Jerry le dijo que sí. Se perdonaron.
Y fueron felices y comieron raíces.
Fin.

La casita de chocolate

 Dos hermanitos salieron de  su casa y fueron al bosque a coger leña. Pero cuando llegó el momento de regresar no encontraron el camino de vuelta. Se asustaron mucho y se pusieron a llorar al verse solos en el bosque.



   Sin embargo, allá a lo lejos vieron brillar la luz de una casita y hacia ella se dirigieron. Era una casita extraordinaria. Tenía las paredes de caramelo y chocolate. Y como los dos hermanos tenían hambre se pusieron a chupar en tan sabrosa golosina. Entonces se abrió la puerta y apareció la viejecita que vivía allí, diciendo:

   Hermosos niños, ya veo que tenéis mucho apetito. Entrad, entrad y comed cuanto queráis.

   Los dos hermanitos obedecieron confiados. Pero en cuanto estuvieron dentro, la anciana cerró la puerta con llave y la guardó en el bolsillo, echándose luego a reír. Era una perversa bruja que se servía de su casita de chocolate para atraer a los niños que andaban solos por el bosque.

   Los infelices niños se pusieron a llorar, pero la bruja encerró al niño en una jaula y le dijo:

   - No te voy a comer hasta que engordes, porque estas muy delgado- Primero te cebaré bien.

   Y todos los días le preparaba platos de sabrosa comida. Mientras tanto a la niña la obligaba a trabajar sin descanso. Y cada mañana iba la bruja a comprobar si engordaba su hermanito, mandándole que le enseñara un dedo. Pero como tenía muy mala vista, el niño, que era muy astuto, le enseñaba un huesecillo de pollo que había guardado de una de las comidas. Y así la bruja quedaba engañada, pues creía que el niño no engordaba.

   - Sigues muy delgado decía -. Te daré mejor comida.

   Y preparaba nuevos y abundantes platos y era la niña la que se encargaba de llevarlos a la jaula llorando amargamente porque sabía lo que la bruja quería hacer con su hermano.

   Escapar de la casa era imposible, porque la vieja nunca sacaba la llave del bolsillo y no se podía abrir la puerta. ¿Cómo harían para escapar?

   Un día llamó la bruja a la niña y le dijo:

   - Mira, ya me he cansado de esperar porque tu hermano no engorda a pesar de que come mejor que un rey. Le preparo las mejores cosas y tiene los dedos tan flacos que parecen huesos de pollo. Así que vas a encender el fuego enseguida.

   La niña se acercó a su querido hermanito y le contó los propósitos de la malvada bruja. Había llegado el momento tan temido.

   La bruja andaba de un lado para otro haciendo sus preparativos. Como veía que pasaba el tiempo y la niña no había cumplido lo que le había mandado, gritó:

   ¿A qué esperas para encender el fuego?

   La hermana tuvo entonces una buena idea:

   - Señora bruja - dijo -, yo no sé encenderlo.

   - Pareces tonta - contestó la bruja -; tendré que enseñarte. Fíjate, se echa mucha leña, así. Ahora enciendes y soplas para que salgan muchas llamas. ¿Lo ves?

   Como estaba la bruja en la boca del horno, la niña le arrancó de un tirón las llaves que llevaba atadas a la cintura y, dando a la bruja un tremendo empujón, la hizo caer dentro del horno.

Gato con botas


Un molinero dejó, como única herencia a sus tres hijos, su molino, su burro y su gato. El reparto fue bien simple: no se necesitó llamar ni al abogado ni al notario. Habrían consumido todo el pobre patrimonio. El mayor recibió el molino, el segundo se quedó con el burro y al menor le tocó sólo el gato. Este se lamentaba de su mísera herencia: -Mis hermanos -decía- podrán ganarse la vida convenientemente trabajando juntos; lo que es yo, después de comerme a mi gato y de hacerme un manguito con su piel, me moriré de hambre. El gato, que escuchaba estas palabras, pero se hacía el desentendido, le dijo en tono serio y pausado: -No debéis afligiros, mi señor, no tenéis más que proporcionarme una bolsa y un par de botas para andar por entre los matorrales, y veréis que vuestra herencia no es tan pobre como pensáis. Aunque el amo del gato no abrigara sobre esto grandes ilusiones, le había visto dar tantas muestras de agilidad para cazar ratas y ratones, como colgarse de los pies o esconderse en la harina para hacerse el muerto, que no desesperó de verse socorrido por él en su miseria. Cuando el gato tuvo lo que había pedido, se colocó las botas y echándose la bolsa al cuello, sujetó los cordones de ésta con las dos patas delanteras, y se dirigió a un campo donde había muchos conejos. Puso afrecho y hierbas en su saco y tendiéndose en el suelo como si estuviese muerto, aguardó a que algún conejillo, poco conocedor aún de las astucias de este mundo, viniera a meter su hocico en la bolsa para comer lo que había dentro. No bien se hubo recostado, cuando se vio satisfecho. Un atolondrado conejillo se metió en el saco y el maestro gato, tirando los cordones, lo encerró y lo mató sin misericordia. Muy ufano con su presa, fuese donde el rey y pidió hablar con él. Lo hicieron subir a los aposentos de Su Majestad donde, al entrar, hizo una gran reverencia ante el rey, y le dijo: -He aquí, Majestad, un conejo de campo que el señor Marqués de Carabás (era el nombre que inventó para su amo) me ha encargado obsequiaros de su parte. -Dile a tu amo, respondió el Rey, que le doy las gracias y que me agrada mucho. En otra ocasión, se ocultó en un trigal, dejando siempre su saco abierto; y cuando en él entraron dos perdices, tiró los cordones y las cazó a ambas. Fue en seguida a ofrendarlas al Rey, tal como había hecho con el conejo de campo. El Rey recibió también con agrado las dos perdices, y ordenó que le diesen de beber. El gato continuó así durante dos o tres meses llevándole de vez en cuando al Rey productos de caza de su amo. Un día supo que el Rey iría a pasear a orillas del río con su hija, la más hermosa princesa del mundo, y le dijo a su amo: -Sí queréis seguir mi consejo, vuestra fortuna está hecha: no tenéis más que bañaros en el río, en el sitio que os mostraré, y en seguida yo haré lo demás. El Marqués de Carabás hizo lo que su gato le aconsejó, sin saber de qué serviría. Mientras se estaba bañando, el Rey pasó por ahí, y el gato se puso a gritar con todas sus fuerzas: -¡Socorro, socorro! ¡El señor Marqués de Carabás se está ahogando! Al oír el grito, el Rey asomó la cabeza por la portezuela y, reconociendo al gato que tantas veces le había llevado caza, ordenó a sus guardias que acudieran rápidamente a socorrer al Marqués de Carabás. En tanto que sacaban del río al pobre Marqués, el gato se acercó a la carroza y le dijo al Rey que mientras su amo se estaba bañando, unos ladrones se habían llevado sus ropas pese a haber gritado ¡al ladrón! con todas sus fuerzas; el pícaro del gato las había escondido debajo de una enorme piedra.
El Rey ordenó de inmediato a los encargados de su guardarropa que fuesen en busca de sus más bellas vestiduras para el señor Marqués de Carabás. El Rey le hizo mil atenciones, y como el hermoso traje que le acababan de dar realzaba su figura, ya que era apuesto y bien formado, la hija del Rey lo encontró muy de su agrado; bastó que el Marqués de Carabás le dirigiera dos o tres miradas sumamente respetuosas y algo tiernas, y ella quedó locamente enamorada.
El Rey quiso que subiera a su carroza y  lo acompañara en el paseo. El gato, encantado al ver que su proyecto empezaba a resultar, se adelantó, y habiendo encontrado a unos campesinos que segaban un prado, les dijo:
-Buenos segadores, si no decís al Rey que el prado que estáis segando es del Marqués de Carabás, os haré picadillo como carne de budín.
Por cierto que el Rey preguntó a los segadores de quién era ese prado que estaban segando.
-Es del señor Marqués de Carabás -dijeron a una sola voz, puesto que la amenaza del gato los había asustado.
-Tenéis aquí una hermosa heredad -dijo el Rey al Marqués de Carabás.
-Veréis, Majestad, es una tierra que no deja de producir con abundancia cada año.
El maestro gato, que iba siempre delante, encontró a unos campesinos que cosechaban y les dijo:
-Buena gente que estáis cosechando, si no decís que todos estos campos pertenecen al Marqués de Carabás, os haré picadillo como carne de budín.
El Rey, que pasó momentos después, quiso saber a quién pertenecían los campos que veía.
-Son del señor Marqués de Carabás, contestaron los campesinos, y el Rey nuevamente se alegró con el Marqués.
El gato, que iba delante de la carroza, decía siempre lo mismo a todos cuantos encontraba; y el Rey estaba muy asombrado con las riquezas del señor Marqués de Carabás.
El maestro gato llegó finalmente ante un hermoso castillo cuyo dueño era un ogro, el más rico que jamás se hubiera visto, pues todas las tierras por donde habían pasado eran dependientes de este castillo.
El gato, que tuvo la precaución de informarse acerca de quién era este ogro y de lo que sabía hacer, pidió hablar con él, diciendo que no había querido pasar tan cerca de su castillo sin tener el honor de hacerle la reverencia. El ogro lo recibió en la forma más cortés que puede hacerlo un ogro y lo invitó a descansar.
-Me han asegurado -dijo el gato- que vos tenías el don de convertiros en cualquier clase de animal; que podíais, por ejemplo, transformaros en león, en elefante.
-Es cierto -respondió el ogro con brusquedad- y para demostrarlo veréis cómo me convierto en león.
El gato se asustó tanto al ver a un león delante de él que en un santiamén se trepó a las canaletas, no sin pena ni riesgo a causa de las botas que nada servían para andar por las tejas.
Algún rato después, viendo que el ogro había recuperado su forma primitiva, el gato bajó y confesó que había tenido mucho miedo.
-Además me han asegurado -dijo el gato- pero no puedo creerlo, que vos también tenéis el poder de adquirir la forma del más pequeño animalillo; por ejemplo, que podéis convertiros en un ratón, en una rata; os confieso que eso me parece imposible.
-¿Imposible? -repuso el ogro- ya veréis-; y al mismo tiempo se transformó en una rata que se puso a correr por el piso.
Apenas la vio, el gato se echó encima de ella y se la comió.
Entretanto, el Rey, que al pasar vio el hermoso castillo del ogro, quiso entrar. El gato, al oír el ruido del carruaje que atravesaba el puente levadizo, corrió adelante y le dijo al Rey:
-Vuestra Majestad sea bienvenida al castillo del señor Marqués de Carabás.
-¡Cómo, señor Marqués -exclamó el rey- este castillo también os pertenece! Nada hay más bello que este patio y todos estos edificios que lo rodean; veamos el interior, por favor.
El Marqués ofreció la mano a la joven Princesa y, siguiendo al Rey que iba primero, entraron a una gran sala donde encontraron una magnífica colación que el ogro había mandado preparar para sus amigos que vendrían a verlo ese mismo día, los cuales no se habían atrevido a entrar, sabiendo que el Rey estaba allí.
El Rey, encantado con las buenas cualidades del señor Marqués de Carabás, al igual que su hija, que ya estaba loca de amor viendo los valiosos bienes que poseía, le dijo, después de haber bebido cinco o seis copas:
-Sólo dependerá de vos, señor Marqués, que seáis mi yerno.
El Marqués, haciendo grandes reverencias, aceptó el honor que le hacia el Rey; y ese mismo día se casó con la Princesa. El gato se convirtió en gran señor, y ya no corrió tras las ratas sino para divertirse.

martes, 6 de noviembre de 2012

Otro informe sobre el excursionista perdido



Juan iba de excursión a Carboneras y desde allí quería llegar en lancha a la playa de los Genoveses. Su visita continuaba en el valle del Almanzora. Despues quería ir a Tijola y por ultimo a Albox.
Se encontró un relato de alguien desaparecido que parece coincidir con las huellas de Juan.

"Yo que me llamo JUAN cuento esta historia para que os enteréis de lo que me pasó”.

Playa del Algarrobico, Carboneras


"Iba paseando por Carboneras, compré una lancha y desde allí queria llegar a los Genoveses. Y de repente se me pinchó la lancha. Tenía que ir obligadamente al valle del Almanzora, así que tenía que coger un auto. Crucé la llanura del campo de Nijar y pase a través de la Sierra Cabrera hasta llegar a cuevas del Almanzora. Después quería ir a Tíjola y por ultimo llegué a Albox.
¿Pero qué pasó? Me perdí al final por culpa de las inundaciones. Cuando quise cruzar el río ya había crecido mucho porque tiene una cuenca muy grande. El río Almanzora recoge toda el agua de todas las sierras del alrededor: Las Estancias y los Filabres.