viernes, 9 de noviembre de 2012

The Gingerbread Man


Hace  mucho tiempo, mientras preparaba la cena de Navidad, una mujer pequeñita, que vivía en una cabaña en el campo, preparó la masa de las galletas de gengibre y formó con ella un  pequeño hombrecito. Le puso dos pasas como ojos, le dibujó  una sonrisa y lo puso a hornear. Cuando el  hombre pequeñito llegó del campo, preguntó:
-¿Qué tienes para cenar?
Y la mujer  pequeñita respondió:
-¡Hice un delicioso hombrecito de galleta de gengibre!
Cuando abrió el horno para sacarlo, el hombrecito de gengibre saltó fuera,  se trepó a la ventana, que estaba abierta, y se arrojó al jardín gritando:
-¡Yo soy el hombrecito galleta de gengibre y nadie me comerá!
Huyó como un celaje y la mujer pequeñita y el hombre pequeñito corrieron tras él.
Mientras corría por el campo, se cruzó con un cerdito gordo y sonrosado.
-¡Detente, detente! –gritó el cerdito.
-¿Para que me comas? No, no,  yo soy el hombrecito galleta de gengibre y nadie me comerá.
Y siguió corriendo y el cerdito fue tras él.
Más allá, se encontró con una vaca que dejó de pastar y le dijo:
-¡Detente, que necesito hablarte!
-¡Jamás! Yo soy el hombrecito galleta de  gengibre y nadie me comerá.
Pero ahora tenía detrás cuatro perseguidores.
Después de mucho correr se encontró con un caballo, el caballo piafó y gritó:
-¡Alto, alto, detente que necesito hablarte!
Pero recibió la misma respuesta de todos:
-¡Ni loco que estuviera, soy el hombrecito galleta de gengibre y ni tú ni nadie me comerá!
También el caballo  se sumó a sus perseguidores.
De tanto correr, llegó hasta un caudaloso río. Allí, bajo un gran árbol, descansaba el zorro. Desesperado y sin aliento, el hombrecito galleta de gengibre se detuvo.
-¡Un río, cómo podré cruzar para que no me alcancen!
El zorro lo miró con curiosidad, se rascó la panza y  sugirió:
-Si quieres, te subes a mi cola y yo te  cruzo hasta el otro lado del río.
¿Qué podía hacer? Siguiendo sus instrucciones, se montó en la cola y se echaron al río. Los perseguidores quedaron  enfadados  gritando en la ribera del río.
Poco más allá, la cola se hundía, unas gotas de agua lo salpicaron de modo que el hombrecito galleta de gengibre se subió al lomo del lobo.
-¡No, así pesas demasiado! –se quejó el lobo- Súbete a mi cabeza o nos ahogaremos.
El  hombrecito galleta de gengibre obedeció.
Al llegar a la otra orilla, el lobo salió del agua, sacudió su cabeza y el hombrecito galleta de gengibre resbaló. Cuando caía, el lobo lo atrapó con los dientes  con un gruñido de satisfacción. No dejó una miga.
Y esa es la historia del hombrecito galleta de gengibre.

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