Hace mucho tiempo, mientras preparaba
la cena de Navidad, una mujer pequeñita, que vivía en una cabaña en el
campo, preparó la masa de las galletas de gengibre y formó con ella un
pequeño hombrecito. Le puso dos pasas como ojos, le dibujó una sonrisa y
lo puso a hornear. Cuando el hombre pequeñito llegó del campo,
preguntó:
-¿Qué tienes para cenar?
Y la mujer pequeñita respondió:
-¡Hice un delicioso hombrecito de galleta de gengibre!
Cuando abrió el horno para sacarlo, el
hombrecito de gengibre saltó fuera, se trepó a la ventana, que estaba
abierta, y se arrojó al jardín gritando:
-¡Yo soy el hombrecito galleta de gengibre y nadie me comerá!
Huyó como un celaje y la mujer pequeñita y el hombre pequeñito corrieron tras él.
Mientras corría por el campo, se cruzó con un cerdito gordo y sonrosado.
-¡Detente, detente! –gritó el cerdito.
-¿Para que me comas? No, no, yo soy el hombrecito galleta de gengibre y nadie me comerá.
Y siguió corriendo y el cerdito fue tras él.
Más allá, se encontró con una vaca que dejó de pastar y le dijo:
-¡Detente, que necesito hablarte!
-¡Jamás! Yo soy el hombrecito galleta de gengibre y nadie me comerá.
Pero ahora tenía detrás cuatro perseguidores.
Después de mucho correr se encontró con un caballo, el caballo piafó y gritó:
-¡Alto, alto, detente que necesito hablarte!
Pero recibió la misma respuesta de todos:
-¡Ni loco que estuviera, soy el hombrecito galleta de gengibre y ni tú ni nadie me comerá!
También el caballo se sumó a sus perseguidores.
De tanto correr, llegó hasta un
caudaloso río. Allí, bajo un gran árbol, descansaba el zorro.
Desesperado y sin aliento, el hombrecito galleta de gengibre se detuvo.
-¡Un río, cómo podré cruzar para que no me alcancen!
El zorro lo miró con curiosidad, se rascó la panza y sugirió:
-Si quieres, te subes a mi cola y yo te cruzo hasta el otro lado del río.
¿Qué podía hacer? Siguiendo sus
instrucciones, se montó en la cola y se echaron al río. Los
perseguidores quedaron enfadados gritando en la ribera del río.
Poco más allá, la cola se hundía, unas
gotas de agua lo salpicaron de modo que el hombrecito galleta de
gengibre se subió al lomo del lobo.
-¡No, así pesas demasiado! –se quejó el lobo- Súbete a mi cabeza o nos ahogaremos.
El hombrecito galleta de gengibre obedeció.
Al llegar a la otra orilla, el lobo
salió del agua, sacudió su cabeza y el hombrecito galleta de gengibre
resbaló. Cuando caía, el lobo lo atrapó con los dientes con un gruñido
de satisfacción. No dejó una miga.
Y esa es la historia del hombrecito galleta de gengibre.